EL VIAJE DE LA MEDITACIÓN CRISTIANA - PARTE 1
Hay
distintas etapas por las que pasamos en este viaje. Aunque las etapas
se presentan en forma lineal en las siguientes lecciones, debemos ser
bien concientes que es un viaje espiralado y va superponiendo niveles
que se van haciendo más profundos con etapas que reaparecen, se
funden y se transforman.
Cuando
comenzamos a meditar, generalmente una vez a la semana o una vez por
día, la disciplina parece fácil y comenzamos nuestros períodos de
meditación con alegría y compromiso verdadero. Pronto nuestro
entusiasmo inicial es puesto a prueba y necesitamos un compromiso más
profundo con esta disciplina: el compromiso de integrar firmemente a
nuestra vida dos períodos de meditación. Con el tiempo, la práctica
regular de repetir el mantra nos permite abandonar gradualmente
nuestros pensamientos. Hay momentos de verdadero silencio y quietud,
destellos de paz, amor y alegría. Es el momento de estar alerta
contra la tentación de aferrarse a estas experiencias. Debemos
continuar practicando sin expectativas ni demandas de ningún tipo de
“resultados”. A su tiempo, la disciplina se convierte en una
verdadera necesidad.
Pero
ocurre que del silencio emerge un nuevo nivel de pensamiento -
recuerdos reprimidos, emociones y memorias. A veces éstos son
dolorosos y nos resistimos a ellos. No es sorprendente, ya que como
dijo Walter Hilton, el místico inglés del siglo XIV, “si un
hombre regresara a su casa y se encontrara con el fuego apagado y una
esposa gruñona, volvería a irse rápidamente”. Sin embargo es
necesario soltar estas emociones, nos permitimos derramar las
lágrimas que no derramamos en el momento que hubiéramos debido
hacerlo, el enojo y el fastidio que no expresamos en su momento
necesitan encontrar una salida.
Cuando
reconocemos estos sentimientos y los liberamos, nuestra alma
experimenta la sanación. No necesitamos saber de donde vienen estos
sentimientos, tampoco deberíamos exteriorizarlos, sólo debemos
aceptarlos como válidos. Sor Eileen O´Hea solía llamar “cubos de
hielo” a estas emociones reprimidas o congeladas, las cuales se
funden en el amor y en la luz de Cristo, cuando les permitimos
emerger.
También
puede suceder, que cuando hayamos estado meditando por un largo
tiempo seamos asaltados por lo que los Padres y las
Madres del Desierto llamaban el demonio de la “acedia”. Se
manifiesta como el desencanto con la meditación y el camino
espiritual, estamos aburridos y todo parece estar contaminado.
Pensamos que podemos encontrar cosas más útiles para hacer con
nuestro tiempo que sentarnos a meditar. Le echamos la culpa a los
demás y a lo que nos rodea por nuestra falta de atención. Es un
tiempo de sequía, aburrimiento, inquietud y distracciones; el
silencio interior es cosa del pasado. Es nuestra “experiencia del
desierto”. Es un tiempo de prueba espiritual, queremos abandonar.
Todo lo que podemos hacer en este tiempo es perseverar en la fiel
repetición del mantra. Aceptamos nuestra necesidad de Dios y
confiamos en que Dios nos guía, que está presente a pesar de todo,
que nos ama y que nunca permitirá que nos cansemos más allá de
nuestras fuerzas. (Continúa en la siguiente lección).
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